Opinión Por: Alejandro Pérez Corzo
El asiento como sea… Las mentiras de Noroña
Como ya es costumbre en un sector de la oposición, la que constituye el otro extremo, en días pasados se gastó tiempo —y hasta dinero— en evidenciar al presidente del Senado, Gerardo Fernández Noroña, por haber viajado en Business Class a Estrasburgo, Francia, en representación, no de sí mismo ni de Morena, sino del Senado de la República, al que hoy preside. Lo cierto es que en prácticamente todo el mundo, tanto en organismos públicos como en el ámbito corporativo, se asume que los trayectos largos se hacen en clase ejecutiva. Que ello sea una muestra de incongruencia personal y contraste con los hábitos de viaje de la presidenta Sheinbaum puede señalarse, pero no debería ser el eje del debate. Lo verdaderamente grave fue el papel penoso que desempeñó en su intervención, al convertir un espacio institucional de alta diplomacia parlamentaria en tribuna ideológica, y al hacerlo, además, con una cadena sostenida de afirmaciones falsas, exageradas o francamente insostenibles.
La primera de ellas fue intentar presentar la reforma que permitirá la elección directa de jueces, magistrados y ministros del Poder Judicial como un acto inédito en la historia de la humanidad. Dijo, sin matiz, que es la primera vez que esto ocurre en el mundo. Quien tenga la más elemental noción comparada sabrá que Bolivia lo hace desde 2011 —con resultados poco alentadores— y que en buena parte del sistema judicial estadounidense se elige a jueces por voto popular.
Más que una vanguardia global, lo que se perfila es una experiencia ya ensayada, con antecedentes concretos de politización de la justicia, baja participación ciudadana y retroceso en estándares de independencia judicial. No se trata, entonces, de un legado, sino de un experimento de alto riesgo, revestido aquí con retórica de epopeya.
Después vino la frase que por sí sola habría bastado para incomodar a más de un interlocutor europeo: “México vive una democracia excepcional”. La misma semana en que se dijo eso, The Economist publicó su índice anual de calidad democrática: México, otra vez, fue clasificado como un “régimen híbrido”, con una puntuación en retroceso. La organización Freedom House documenta desde hace años un deterioro constante de libertades civiles, acoso a la prensa y concentración de poder. Los órganos autónomos han sido debilitados, la militarización de funciones civiles sigue avanzando y las condiciones mínimas para el pluralismo están en entredicho. Llamar a eso una democracia excepcional no es solo una exageración: es un intento deliberado de confundir la aritmética electoral con el Estado de Derecho.
Luego afirmó que en Estados Unidos se persigue a los migrantes pero no a los narcotraficantes, que distribuyen drogas en ese país “sin ser desmantelados”. La realidad es otra. Las autoridades estadounidenses realizan incautaciones históricas —particularmente de fentanilo— y detienen cada año a miles de operadores del narcomenudeo y de redes internacionales. Se podrá criticar el enfoque punitivo, e incluso la lógica prohibicionista que sigue imperando en su política de drogas, pero afirmar que los grupos criminales actúan impunemente en suelo estadounidense es simplemente falso. Más que una denuncia legítima, la frase suena a un esfuerzo por diluir la responsabilidad que sí le corresponde al Estado mexicano en la expansión del crimen organizado.
Este punto, además, adquiere una dimensión diplomática nada menor. En momentos en que las relaciones bilaterales con el entorno de Donald Trump se tornan cada vez más delicadas, luego de su retorno a la Casa Blanca, resulta difícil imaginar que la presidenta o el canciller hayan agradecido un lance tan irresponsable. No solo porque proviene del presidente del Senado —es decir, de quien encabeza el órgano que constitucionalmente participa en la conducción de la política exterior—, sino porque sus declaraciones van en sentido contrario a los esfuerzos de contención, diálogo y prudencia que el Estado mexicano debería privilegiar. El momento no podía ser más inoportuno, ni el foro más visible.
Finalmente, Noroña reprochó lo que llamó el doble rasero de Occidente para condenar ciertas guerras —como la de Rusia en Ucrania— mientras ignora otras, como las intervenciones de Estados Unidos o los ataques de Israel en Gaza. Es un argumento frecuente en ciertos círculos, y tiene elementos válidos si se plantea con rigor. Pero no fue el caso. La intervención en Irak recibió una condena internacional amplia y sostenida. La propia ONU la declaró ilegal. En cuanto a Gaza, el Parlamento Europeo ha emitido resoluciones exigiendo alto al fuego, respeto al derecho internacional y protección a civiles. No se trata, por tanto, de un silencio cómplice, sino de posiciones diversas, muchas veces divididas, como es común en democracias abiertas. Equiparar mecánicamente contextos, actores y legalidades distintas es una simplificación interesada, resulta más útil para el aplauso nacionalista que para una deliberación seria entre pares legislativos .
Seguro que muchos de sus pares europeos —o al menos los que tuvieron la paciencia de escucharlo— habrán quedado anonadados con la cara dura de un operador eficaz del desmantelamiento de los contrapesos constitucionales, al hablar sin inmutarse de una “democracia excepcional”. No fue la clase del avión lo que ofendió. Fue la ligereza con la que se faltó a la verdad en nombre de una representación institucional.
* Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de quien las escribe y firma, y no representan el punto de vista de Enboga.
Una respuesta
Muy Buen artículo con opiniónes muy claras para todo lector, sin necesidad de ser experto en Geopolíticas.
Que lástima y vergüenza que un tipo inculto de la calaña de Noroña, represente a nuestro país.