Una investigación reciente del New York Times ha puesto en el centro de la controversia a Errol Musk, padre del magnate tecnológico Elon Musk, al revelar acusaciones de abuso sexual infantil que se remontan a más de tres décadas y que involucran a cinco de sus propios familiares. Según testimonios, documentos judiciales y registros policiales citados en el reportaje, entre las presuntas víctimas figuran hijas, hijastros e incluso un nieto.
El caso más antiguo data de 1993, cuando una de sus hijastras, con apenas cuatro años, afirmó que Errol la había tocado inapropiadamente. Una década más tarde, esa misma joven declaró que lo sorprendió oliendo su ropa interior, un incidente que reforzó sus sospechas de abuso. Otros hijos y allegados también lo señalaron por conductas similares, aunque los detalles varían de acuerdo con cada testimonio. Más recientemente, en 2023, surgió un nuevo señalamiento: un niño de cinco años, hijo de una de sus hijastras con quien Errol mantiene una relación, habría dicho a su madre que su padre le tocó las nalgas, lo que motivó la intervención de un trabajador social.

Las denuncias derivaron en al menos tres investigaciones policiales, tanto en Sudáfrica como en California. Dos de ellas se cerraron por falta de pruebas concluyentes, mientras que la tercera sigue sin un desenlace público. Errol Musk ha rechazado todas las acusaciones, calificándolas de “absurdas” y asegurando que se trata de intentos de extorsión motivados por intereses económicos de algunos familiares.
La distancia entre padre e hijo ha sido un tema recurrente en la vida de Elon Musk, quien en distintas entrevistas ha reconocido que su relación con Errol está marcada por conflictos y resentimientos. Sin embargo, hasta ahora el empresario no ha hecho declaraciones específicas sobre los hallazgos más recientes. Cartas familiares dirigidas a él, citadas en la investigación, evidencian los esfuerzos de algunos allegados por involucrarlo en la situación o, al menos, hacerle consciente de la magnitud del problema.

La exposición pública del caso trasciende el ámbito personal de los Musk. Las denuncias, aunque no han culminado en condenas judiciales, ponen en debate la dificultad de probar delitos ocurridos décadas atrás, los efectos del silencio en dinámicas familiares marcadas por el poder y la dependencia, y el rol de la fama en la visibilización —o el encubrimiento— de historias de abuso. En paralelo, resurgen preguntas sobre cómo garantizar justicia en casos de abuso infantil cuando las pruebas son frágiles y las relaciones de poder complican los testimonios.
Por ahora, Errol Musk sigue sin enfrentar cargos formales, pero la investigación periodística ha abierto una herida pública que difícilmente se cerrará con rapidez. En tanto no haya una resolución judicial, su figura quedará en el terreno ambiguo entre la negación tajante y los relatos desgarradores de quienes aseguran haber sido sus víctimas.