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“Impulso Naranja” y la apuesta por la economía cultural

Se busca entender el arte y la cultura no sólo como expresiones simbólicas o patrimoniales, sino como palancas de desarrollo económico y social.
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El boletín pone en primer plano una tendencia que ha ido ganando terreno: entender el arte y la cultura no sólo como expresiones simbólicas o patrimoniales, sino como palancas de desarrollo económico y social. Con la realización del “Impulso Naranja. 1er encuentro de emprendimientos de arte y cultura. Arquitectura, cine, diseño y música”, la UNAM —a través de la ENAC y la Coordinación de Vinculación y Transferencia Tecnológica (CVTT)— articula una estrategia que va más allá de la docencia y la investigación tradicional.

María de los Ángeles Castro Gurría, directora de la ENAC, coloca el eje: fomentar la innovación y el emprendimiento artístico como herramientas de inclusión, autosostenibilidad y generación de empleo. Más allá de los formatos convencionales, el emprendimiento cultural aparece aquí bajo múltiples rostros: desde cooperativas y colectivos hasta plataformas digitales, festivales comunitarios, residencias, etcétera

El mensaje es claro: liberar el arte de su marginalidad económica no es renunciar a la creatividad, sino sostenerla, expandirla, multiplicarla. En su intervención, Castro Gurría subraya la necesidad de que los agentes culturales aprendan a gestionar proyectos, construir redes, aprovechar tecnología, sin perder espacio para la experimentación.

Tensiones y desafíos

No obstante, la apuesta “naranja” enfrenta retos estructurales relevantes:

  1. Financiamiento y sostenibilidad: Tal como lo reconoce María Teresa Navarro Agraz (de la Facultad de Música), uno de los cuestionamientos frecuentes es “¿de qué voy a vivir?” cuando alguien opta por una carrera artística. Se insiste en la formación artística, pero la estructura institucional, el mercado y las políticas públicas históricas muchas veces no acompañan de modo estable.
  2. Infraestructura institucional insuficiente: Para convertir pasión en proyecto viable se requiere, además de intención, recursos —espacios, difusión, redes de distribución, apoyo técnico, acceso a tecnología— y esquemas institucionales robustos que trasciendan actos puntuales. La iniciativa del encuentro es un buen paso, pero la sostenibilidad dependerá de su continuidad y su capacidad de institucionalizarse.
  3. Equidad en el acceso: El reconocimiento de la cultura como motor económico no garantiza que todos los creadores tengan las mismas oportunidades: comunidades marginadas, regiones alejadas, género o identidad pueden seguir siendo factores limitantes si no se construyen políticas expresamente inclusivas.
  4. Mercado versus autonomía: Existe una tensión inherente entre las lógicas del mercado (lo que vende, lo que tiene demanda) y la autonomía artística (lo experimental, lo crítico, lo incómodo). Las declaraciones del boletín reconocen este dilema (“no es perder libertad creativa”), pero en la práctica será un balance difícil de mantener, especialmente cuando los incentivos económicos empujan hacia lo más comercial.

¿Qué implica políticamente para México?

El énfasis en economía cultural tiene implicaciones políticas claras:

  • Políticas públicas: La apuesta universitaria abre espacio para que gobiernos —municipal, estatal, federal— reconsideren sus políticas de apoyo a la cultura. Financiamiento, incentivos fiscales, infraestructura y capacitación pueden ser instrumentos valiosos si se alinean con estas visiones.
  • Descentralización: Para que “el impulso naranja” no se quede en los distritos culturales de siempre (las grandes urbes, las zonas universitarias privilegiadas), los esfuerzos deberían replicarse en espacios menos atendidos del país.
  • Relación Universidad-Estado-Sociedad: La UNAM, como actor académico, tiene influencia simbólica y operativa. Iniciativas como ésta pueden ser núcleos de articulación con sectores productivos, organizaciones civiles, artistas independientes, e incluso gobiernos. Eso puede ampliar la democracia cultural: más voces, más espacios, más diversidad de sujetos.
  • Cultura como derecho: Implica también considerar al arte y la cultura como derechos culturales, no solo como bienes de consumo o industria creativa. Ello demandaría marcos legales y presupuestales que reconozcan la cultura como parte del desarrollo humano, social y económico.

El boletín de la UNAM representa una señal de esperanza: la academia reconociendo su papel no sólo como formadora de talento sino como motor de desarrollo integral. Sin embargo, los discursos solos no bastan. La magnitud del desafío exige que lo planteado se traduzca en acciones sostenibles, con presupuesto, con inclusión, con institucionalidad. “Impulso Naranja” tiene potencial para transformar, pero sólo si logra insertarse en un ecosistema político, social y económico que lo respalde.

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