Opinión Por: Mario Arturo Pico
Tráfico y explotación de menores en la frontera de Ciudad Juárez: una crisis en la sombra
Ciudad Juárez, a pesar de su aparente cotidianidad fronteriza, enfrenta una realidad devastadora: menores de edad atrapados en redes de trata, explotación y crimen organizado. Este escenario refleja una herida abierta en la historia y estructura social de la ciudad, particularmente hacia los niños migrantes y los más vulnerables de las colonias marginadas.
La situación actual es alarmante. En 2024 se registraron 665 denuncias por tráfico de personas entre mujeres y niñas en Juárez, una cifra que apenas roza la punta del iceberg, pues detrás de cada caso podrían esconderse muchos más que ni siquiera llegan a los sistemas de justicia. Diversas voces alertan que Ciudad Juárez ocupa niveles alarmantes en violencia sexual infantil, equiparables a destinos turísticos de relajada notoriedad, como Cancún o Puerto Vallarta. El estado de Chihuahua, en su conjunto, se ubica en segundo lugar nacional en casos de violencia sexual infantil, con una tendencia sostenida de entre 1,000 y 1,200 casos al año.
Lo que vivimos aquí no es accidental. La violencia estructural ha generado generaciones de niños que enfrentan una única salida: trabajar en maquilas, ser guías para migrantes, vigías del narco o simplemente mártires invisibles de la frontera. En barrios como el suroriente y el norponiente, se detectan “menores en circuito” —entre 12 y 14 años— que, por coerción o necesidad económica, facilitan el tráfico de personas y drogas hacia Estados Unidos. La cifra es desgarradora: se han detectado más de 600 menores migrantes en situación de riesgo, de los cuales 231 viajaron solos y están especialmente susceptibles a ser explotados por redes criminales.
Detrás de estas cifras está la lógica despiadada del crimen organizado. Las organizaciones criminales, entre ellas el Cártel de Juárez, Sinaloa, La Línea y sus subgrupos, han convertido el tráfico humano en el negocio más rentable. Según el Departamento de Justicia de EE.UU., llenar un túnel con personas tiene menor riesgo y mayor ganancia que transportar drogas —sin mencionar que las condenas por tratar animales humanos son considerablemente más bajas.
Además del tráfico físico, existen métodos más insidiosos. Redes digitales emergen como otro frente en esta guerra por el control y abuso de los más vulnerables. Plataformas como WhatsApp, Facebook y Messenger se usan para organizar y compartir la explotación infantil, desde pornografía hasta venta y abuso. Una vez que los casos son denunciados, las autoridades deben desentrañar estructuras digitales cada vez más sofisticadas.
Estos peligros no son exclusivos de menores migrantes: niñas y niños nacidos en Juárez también caen en estas redes. Es un reflejo de abandono institucional, saturación en las fiscalías y carencia de recursos técnicos para combatir estos delitos. Muchos casos quedan inconclusos o sin castigo. El caso de Luz y Mario, dos hermanos que sufrieron abuso sistemático y fueron grabados durante años, ejemplifica el horror y la impunidad. A pesar de la condena de su agresor, falta conocer la magnitud de la red detrás de este hecho.
Ante esta catástrofe, algunas organizaciones civiles alzan la voz: Casa Amiga brinda apoyo psicológico, y la Red Mesa de Mujeres exige una perspectiva integral que vaya más allá de la denuncia. Necesitamos políticas públicas urgentes que escuchen a las niñas y niños, y una respuesta institucional firme, tecnificada y humana.
Este es un llamado: una frontera no solo es un espacio geográfico, también puede ser un espacio de crisis si ignoramos las dinámicas que destruyen a su población más joven. Ciudad Juárez necesita renovarse con justicia, protección real y empatía. No basta con denunciar; hay que transformar el sistema. No es solo su vida; es el rostro de nuestra sociedad que está en juego.
* Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de quien las escribe y firma, y no representan el punto de vista de Enboga.