Bajo el lema “Primero los pobres”, el gobierno de la Cuarta Transformación (4T) prometió desde el inicio de su mandato una atención prioritaria a los pueblos indígenas, y en el marco del festejo gubernamental, por segunda ocasión, de la fundación de Tenochtitlán con un espectáculo llamado “México Tenochtitlan, Siete Siglos de Legado de Grandeza” Sin embargo, las acciones gubernamentales en esta materia han sido cuestionadas por diversos sectores, que acusan una política de simulación, clientelismo y despojo disfrazado de inclusión.
En su artículo titulado “Primero los pobres”: circo, maroma y teatro de las políticas neoindigenistas, publicado en Desinformémonos, el periodista y activista Óscar Rodríguez desnuda las contradicciones del discurso oficial, señalando que, lejos de representar una transformación profunda, el proyecto de la 4T ha replicado esquemas de control sobre las comunidades originarias, utilizando una estética nacional-popular que oculta una lógica extractivista. Rodríguez sentencia:
Lo curioso es que vivimos un tiempo paradójico, donde se enaltece al “pasado” indígena, nuestro origen, sin que se considere al presente de nuestros pueblos. Somos 68 los pueblos indígenas que seguimos habitando el país en la actualidad y que hemos resistido a las múltiples guerras que han llevado a nuestros territorios durante más de 500 años.

Asistencialismo y desmovilización
Uno de los ejes centrales de la crítica de Rodríguez es la utilización de los programas sociales como mecanismo de cooptación. Desde las “Pensiones para el Bienestar” hasta “Sembrando Vida”, las transferencias directas de recursos han sido promovidas como una herramienta de justicia social, pero también han servido para desarticular procesos de organización comunitaria autónoma. “Se reparte dinero a nombre del pueblo, pero sin pueblo”, sentencia el autor.
Este asistencialismo, señala Rodríguez, ha generado una relación vertical entre el Estado y los pueblos indígenas, en la que se espera obediencia y silencio a cambio de apoyos económicos, inhibiendo la crítica y la protesta frente a megaproyectos que afectan sus territorios.
El rostro neoindigenista del poder
El texto analiza también el uso de una narrativa neoindigenista que, bajo la retórica de respeto a la diversidad cultural, ha servido para legitimar proyectos de infraestructura como el Tren Maya o el Corredor Interoceánico. “Se invoca a los ancestros, se hacen consultas simuladas y se realiza una puesta en escena de respeto a lo indígena, pero se ignora la autonomía real de los pueblos”, argumenta Rodríguez.
Esta estrategia —que él llama “circo, maroma y teatro”— incluye ceremonias con bastones de mando, giras presidenciales con líderes comunitarios seleccionados y una constante apelación a símbolos prehispánicos, así como el uso de indumentaria como huipiles, mientras en los hechos se imponen decisiones sin el consentimiento libre, previo e informado que exige el marco internacional de derechos humanos.

Territorio y resistencia
Pese al intento gubernamental por mantener bajo control a las comunidades, el artículo destaca que persisten múltiples focos de resistencia. Desde las comunidades zapatistas en Chiapas hasta los pueblos ikoots y binnizá en el Istmo de Tehuantepec, diversas organizaciones han denunciado que la 4T ha profundizado la militarización, criminalización de defensores y violaciones a los derechos colectivos.
Rodríguez advierte que el proyecto de nación de la 4T no ha sido anti-neoliberal en los hechos. Por el contrario, ha mantenido intacta la matriz económica extractiva, aunque revestida de un discurso progresista. “El indígena es exaltado como símbolo, pero reducido a objeto político”, afirma, pero:
Los indígenas de carne y hueso, los que estamos vivos, somos los que seguimos pisando esta tierra que no lograron exterminarnos todavía, y somos como “un clavo en el zapato” para un gobierno que reivindica hoy más que nunca “lo indígena colorido y armonioso”. Al mismo tiempo, siguen con una actitud sorda y muda ante las amenazas que enfrentamos en nuestros territorios, como esas historias no venden entonces no importan.
En este año se ha hablado de la grandeza de la cultura mexicana. Desde los centros del poder mestizo, se enaltecen los templos apropiados por la cultura nacionalista. En un gran popurrí se van mezclando elementos culturales disparejos que todos encasillan en lo que el gobierno llama “lo mexicano”, una construcción que ha sido y sigue siendo una invención neocolonial, neoindigenista.

¿Transformación o continuidad?
El saldo que deja el análisis de Rodríguez es amargo: bajo una retórica que prometía justicia social y reconocimiento, la 4T ha operado políticas de control y domesticación. Más que sujetos políticos, los pueblos indígenas han sido tratados como beneficiarios pasivos de una voluntad presidencial que concentra el poder y decide unilateralmente el rumbo del país.
El desafío, concluye el autor, está en recuperar la autonomía, fortalecer los procesos organizativos desde abajo y resistir la seducción de un Estado que ofrece inclusión a cambio de sumisión. En tiempos de discursos triunfalistas, escuchar las voces críticas desde los territorios se vuelve más urgente que nunca.