Un rugido colectivo retumbó en Ciudad Universitaria cuando, entre gritos de “¡Liberen a Bodoque!” y “¡Álvaro, hermano, ya eres mexicano!”, cerca de dos mil personas se agolparon para escuchar al creador de 31 minutos, Álvaro Díaz, en la emblemática Sala Miguel Covarrubias, dentro del Centro Cultural Universitario de la UNAM.
Este espacio se convirtió en un escenario transformador durante la Feria Internacional del Libro de las Universitarias y los Universitarios (FILUNI), que este año reunió México y Chile a través de un genuino puente cultural, protagonizado no solo por poetas y artistas, sino también por un noticiero de títeres que dio voz a la imaginación.

La fiebre fue tal que, ante la avalancha de público, se habilitaron otras áreas del CCU para que nadie se quedara fuera del encuentro con Díaz, periodista, productor, voz de Juan Carlos Bodoque y uno de los espíritus creativos detrás de la serie que redefinió la televisión infantil en América Latina.
A lo largo de la charla titulada “31 minutos de vida”, Díaz compartió la filosofía que alimentó el proyecto: cuestionar los estereotipos de la televisión infantil —una mezcla entre estridencia comercial y aburrimiento educativo— y preguntarse: “¿Por qué no hacer algo que nos gustaría ver a nosotros?”.
El nombre del programa, explicó, surgió de una necesidad técnica más que artística: cada episodio debía durar al menos treinta minutos, así que se añadió un minuto extra y ese “31 minutos” acabó por convertirse en identidad propia.
Un principio que desbordó imaginación: “Todo, absolutamente todo, puede convertirse en títere”, afirmó Díaz. Así, con objetos cotidianos —una botella, un calcetín, una caja de cartón—, se fue dando vida a personajes entrañables que negaban la idea de que lo comercial es sinónimo de valioso.

La música emergió como el verdadero corazón del programa. Canciones sencillas, que hablaban de perder un diente o aprender a andar en bicicleta, se convirtieron en himnos que conectaban con públicos de todas las edades. Díaz insistió en que lo importante era que las canciones fueran entretenidas, libres de una pedagogía explícita, pero con un sonido propio que transmitiera historias.
Compartió también el origen de algunas piezas: “Mi muñeca me habló”, escrita en un momento de fiebre, nació del deseo de incluir una voz femenina. Mientras que “Señora, devuélvame la pelota”, su canción favorita, exploraba la idea de convivencia y el conflicto como parte de esa dinámica.
En la FILUNI, Álvaro Díaz no solo revivió una serie: invitó al público a reencuentros con sus propias infancias. Demostró que la infancia no se deja atrás. Puede celebrarse y reinventarse, con una canción o un títere en la mano, siempre que se permita que lo simple, honesto y creativo sea celebrado.
La participación de Álvaro Díaz en FILUNI fue más que una charla: fue un viaje emotivo y colectivo a través de la infancia, un momento de reivindicación de la imaginación libre, capaz de emocionar y de construir puentes entre generaciones, culturas y formas de ver el mundo.