Durante su participación en el ciclo Tenochtitlan, origen y destino, organizado por El Colegio Nacional bajo la coordinación del arqueólogo Eduardo Matos Moctezuma, el historiador Miguel Pastrana Flores destacó el papel decisivo de las mujeres en la consolidación de la gran urbe mexica. En la conferencia Sociedad y cultura en los primeros años de Tenochtitlan, el especialista del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM subrayó que, aunque las crónicas mencionan escasamente su labor, el trabajo femenino fue “fundamental” para el desarrollo económico y social de la ciudad.
Pastrana Flores señaló que sin el aporte de las mujeres “no habría nada, simplemente no habría grandes señores ni cosas por el estilo”. En su análisis, explicó que las mujeres participaron activamente en la producción y elaboración de alimentos, el mantenimiento de la vida doméstica, así como en el tejido e hilado, actividades centrales para la economía mesoamericana. Los textiles, puntualizó, no sólo tenían un uso ritual —como los que vestían el tlatoani o el Huey tlamacazqui—, sino también un valor cotidiano, pues de sus manos surgían cuerdas, redecillas y mantas que se comercializaban en los mercados locales.

El investigador destacó que Tenochtitlan se desarrolló en un periodo sorprendentemente breve: menos de dos siglos bastaron para que pasara de ser un poblado marginal a convertirse en la urbe más poderosa de Mesoamérica. “En términos de historia, dos siglos es nada, es un suspiro, y más en historia antigua”, apuntó. Sin embargo, lamentó que muchos aspectos de la vida material y social de la ciudad —como las relaciones familiares, el trabajo comunitario o la organización cotidiana— hayan sido relegados en favor de narrativas heroicas o divinas.
Pastrana explicó que el origen de Tenochtitlan está estrechamente ligado a las estructuras sociales que los mexicas trajeron desde Aztlán. No eran grupos dispersos, sino comunidades organizadas en calpullis, “casas grandes” que funcionaban como unidades sociales basadas en lazos de parentesco y trabajo colectivo. En cada calpulli, las familias compartían oficios transmitidos de generación en generación, desde la alfarería hasta la agricultura chinampera o el comercio, oficios que daban cohesión y sentido de identidad a la comunidad.

El historiador también detalló cómo la organización religiosa y política evolucionó con el tiempo. Cada calpulli veneraba a una deidad particular, siendo Huitzilopochtli el dios patrono del grupo migrante que acabaría por dominar Tenochtitlan. Con la consolidación del poder mexica, los seis calpullis que lo adoraban se convirtieron en el núcleo dirigente, del que emanaban sacerdotes y gobernantes. Sin embargo, Pastrana advirtió que esta estructura no era igualitaria: los calpullis eran profundamente jerárquicos, reflejo de las diferencias de autoridad y prestigio dentro del parentesco.
En su exposición, el académico destacó el papel simbólico de los teomamaque, los “cargadores del dios”, figuras encargadas de portar los bultos sagrados —tlaquimilolli— con los objetos que contenían la esencia divina de Huitzilopochtli. Estos personajes, dijo, eran los intermediarios directos entre los hombres y la divinidad, y representaban la máxima autoridad espiritual de su tiempo.

Finalmente, Pastrana explicó que la transformación política de Tenochtitlan se manifestó cuando el poder religioso cedió espacio al político. Según las crónicas, la última vez que Huitzilopochtli “habló” directamente fue durante el reinado de Acamapichtli; a partir de entonces, la voz del dios fue sustituida por la del tlatoani, figura que concentró la autoridad y cambió para siempre la manera en que los mexicas contaron su historia.
La conferencia de Miguel Pastrana Flores, disponible en el canal de YouTube de El Colegio Nacional (elcolegionacionalmx), ofrece una mirada renovada a los orígenes de Tenochtitlan: una historia donde las mujeres, los artesanos y los trabajadores cotidianos fueron los verdaderos cimientos de una de las civilizaciones más notables del mundo antiguo.