Opinión Por: Mario Arturo Pico
El cierre del gobierno estadounidense y su impacto en la frontera
Una vez más, el Congreso de Estados Unidos juega con fuego. La falta de acuerdos entre republicanos y demócratas conlleva al país más poderoso del mundo a un shutdown, el cierre del gobierno federal. Y mientras en Washington discuten ideologías y presupuestos, en la frontera —nuestra frontera— se sienten los temblores de esas decisiones.
Porque cuando el gobierno de Estados Unidos se paraliza, no se apaga un país, se paraliza una maquinaria que sostiene a millones de personas a ambos lados del Río Bravo. Agentes migratorios, aduanales y de seguridad trabajan sin salario o con recursos mínimos. Los cruces se ralentizan, el comercio se encarece y la tensión social aumenta. En resumen: mientras ellos pelean por poder, nosotros pagamos el precio.
Ciudades como Ciudad Juárez, Tijuana, Reynosa o Nogales viven de la movilidad. Cada día cruzan miles de personas, mercancías, sueños y esperanzas. Cualquier parálisis allá provoca un cuello de botella aquí. Y no solo económico: también humanitario. Los procesos de asilo, visas y audiencias migratorias se detienen. Miles de migrantes quedan varados en territorio mexicano, sin saber si podrán continuar su camino o si serán devueltos.
Ese descontrol aumenta la presión sobre los gobiernos locales mexicanos, que muchas veces enfrentan la crisis sin respaldo federal. Los albergues se saturan, las calles se vuelven refugio y la desesperación crece. Un cierre del gobierno estadounidense no solo afecta su economía; golpea directamente la estabilidad de nuestras ciudades fronterizas.
Y hay un punto que pocos mencionan: la seguridad. Con un gobierno estadounidense parcialmente cerrado, muchos programas binacionales de cooperación, intercambio de información y combate al crimen se suspenden o se retrasan. En una frontera donde el tráfico de armas y drogas es un problema diario, eso equivale a dejarle terreno libre a los delincuentes.
Lo que para Washington es un conflicto político, para México es una crisis real. Las fronteras no entienden de discursos partidistas; entienden de realidades. Y la realidad es que un cierre del gobierno norteamericano representa un riesgo para nuestra economía, nuestra seguridad y nuestra estabilidad social.
Por eso, mientras allá los congresistas discuten presupuestos, aquí deberíamos estar planeando cómo enfrentar el impacto. No podemos seguir dependiendo de las decisiones —o de las indecisiones— de un país vecino. México necesita una política fronteriza fuerte, preventiva y humana.
Porque cuando Estados Unidos se apaga, la frontera tiembla. Y quienes vivimos cerca de ella lo sabemos bien: los efectos de sus crisis no se quedan del otro lado, siempre terminan cruzando.
* Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de quien las escribe y firma, y no representan el punto de vista de Enboga.