En lo alto de los volcanes del centro de México —sobre pastizales y entre rocas— habita un mamífero diminuto y escurridizo, el teporingo, también conocido como conejo zacatuche. Esta especie endémica, Romerolagus diazi, ha librado una lucha silenciosa contra la intervención humana durante más de 40 años, desde su inclusión en peligro de extinción.
¿Por qué está en peligro?
La principal amenaza para el teporingo es la fragmentación de su hábitat: la tala desmedida, la extracción de madera, la recolecta de hongos y otros recursos interrumpen el delicado equilibrio de los pastizales altos donde habita. A ello se suma la construcción de caminos y carreteras que dividen su entorno y reducen sus territorios.
Adicionalmente, esta especie no tolera la presencia humana cercana, lo cual agrava su vulnerabilidad cuando su territorio es transformado.

Características que nos enamoran… y nos alarman
- Tamaño diminuto: mide entre 20 y 35 cm y pesa alrededor de 600 gramos.
- Físico peculiar: al no tener “colita” y tener orejas cortas, suele confundirse con una rata. Pero, como lagomorfo, tiene dos pares de incisivos superiores —una diferencia clara con los roedores.
- Pelaje adaptado al frío: denso y suave, generalmente de tonalidad parda oscura, incluso casi negra según la zona.
- Hábitos silenciosos: es madrugador o crepuscular, vive en pequeños grupos conformados por la madre y sus crías, quienes hacen madrigueras entre zacate y rocas.
Reproducción limitada, ecosistema en riesgo
La escasa capacidad reproductiva del teporingo agrava su situación: sus camadas son muy pequeñas, generalmente apenas una o dos crías, muy distante de los conejos comunes que llegan a tener hasta 20 gazapos. Esto lo hace excepcionalmente vulnerable frente a alteraciones ecológicas.
Como subraya Alejandra Alvarado Zink, investigadora de la Dirección General de Divulgación de la Ciencia de la UNAM: “No se puede conservar a una especie sin su medio ambiente y sin los animales con los que convive, porque entonces no tendría ni alimento ni depredadores”.
Más allá de un “animalito tierno”
Ver un teporingo en su hábitat es un símbolo de salud ecológica. Aunque su población es escasa y su distribución limitada al Eje Neovolcánico Transversal, como uno de los más pequeños mamíferos de México, es un tesoro vivo de nuestra biodiversidad.

Investigación y acciones desde la UNAM
La Universidad Nacional Autónoma de México lidera esfuerzos de investigación y conservación, en colaboración con organismos como la CONABIO. Participan la Facultad de Ciencias, el Instituto de Ecología, el Instituto de Biología, y la Estación Científica La Malinche, entre otros, con estudios sobre comportamiento, genética de poblaciones y estrategias de conservación.
Llamado urgente: conservar su hogar, conservar su vida
La fragilidad del teporingo no solo refleja la vulnerabilidad de una especie, sino la de todo un ecosistema. Preservar su vida implica proteger su entorno, restablecer su hábitat y desarrollar políticas de conservación basadas en la ciencia y en la colaboración local.
Como periodistas, científicos y seres humanos que amamos la naturaleza, hoy su historia nos interpela: conservar al teporingo es conservar nuestra identidad ecológica.