Rodrigo Eduardo González Guzmán nació en Tampico, Tamaulipas, un 25 de diciembre de 1950. Se le conoció como Rockdrigo, “El Profeta del Nopal” o “El Sacerdote del Rock”. ¿Por qué esos sobrenombres? Porque mezcló lo cotidiano y lo sublime, lo mexicano y lo urbano, con la crudeza de la calle, con la poesía callejera, con la ironía y la denuncia. Su propuesta no era grandilocuente en producción, pero sí brutal en contenido: voz, guitarra acústica, armónica, letras que queman.
Se mudó a la Ciudad de México en los setenta, se volcó al Movimiento Rupestre — con gente como Rafael Catana, Nina Galindo, Fausto Arrellín, etc. — un colectivo que hacía música con lo que tenían: pocas luces, muchas canciones, brutal honestidad.
Grabó un casete llamado Hurbanistorias (1984), su obra póstuma El profeta del nopal (1986) compilaciones, canciones sueltas, actuaciones que se hicieron míticas. Algunos de sus temas imprescindibles: Estación del Metro Balderas, No tengo tiempo de cambiar mi vida, Vieja ciudad de hierro, Asalto chido, etcétera.
Un pasón de cemento
El 19 de septiembre de 1985, el terremoto que sacudió la Ciudad de México — sismo de 8.1 — destruyó calles, ideas, viviendas, esperanzas. Rockdrigo vivía en la calle de Bruselas, colonia Juárez, con su novia Françoise Bardinet. El edificio colapsó. Rodrigo murió por traumatismo craneoencefálico y politraumatismo. Tenía 34 años (algunos citan 35).
Murió dormido, dicen algunos testimonios; esa imagen de alguien que simplemente no despertó resuena como una metáfora terrible de esa ciudad inconclusa.
¿Por qué importa Rockdrigo 40 años después?
Porque no murió “para siempre”. Su voz sigue presente en cada joven que tiene ganas de decir la verdad sin filtro, en cada guitarra acústica que se alza en un rincón donde no hay escenario eléctrico, en cada trayecto de metro percibido como un acto poético o como un tejido de historias.
El Movimiento Rupestre cambió la escena del rock nacional: la idea de que no necesitas ser producido por un gran sello, que no necesitas stadios, que tu barrio, tu barrio pobre o tu calle hecha polvo pueden ser el escenario, y que tus letras importan, que duelen, que cuestionan.
Además, Rockdrigo logró dar voz a los olvidados, a las rutinas choteadas, al asfalto quemado, al desempleo, al transporte público, al desamor, al México que no sale en postales turísticas. Sus canciones son crónicas urbanas, casi documentos de antropología marginal. Y en una ciudad que se reconstruyó después del sismo, en una México que se presume moderno pero que guarda fisuras, su obra cobra nueva fuerza.
Eventos y homenajes al Porfeta del nopal
Este año, el de los 40 (1985-2025), no se quedan de brazos cruzados. Se están preparando varios eventos que intentan hacer justicia con la memoria de Rockdrigo:
Evento | Qué será | Dónde y cuándo | Quiénes participan / qué esperar |
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Homenaje Urbano Rupestre a Rockdrigo González | Concierto homenaje | Teatro de la Ciudad Esperanza Iris, Donceles 36, Centro Histórico, CDMX. | Sábado 13 de septiembre, 20:00 hrs. Participan Los Rupestres, Heavy Nopal, Rafael Catana, Nina Galindo, Jorge García Montemayor, Fausto Arrellín, Carlos Arellano. |
Tampico Rockdrigo Fest 2025 | Festival cultural con conversatorio, documentales, puesta en escena (“Rockdrigo El Musical”), varias tocadas en vivo recordando su obra. | Viernes 19 y sábado 20 de septiembre, Plaza de Armas de Tampico. | Participan artistas de distintas generaciones: Grupo Qual (CDMX), Iris Bringas y Jehová Villa, Andy Altamirano, Eddy Segura, Aliens on the Beach, Sensor, José Castañeda, Genoveva González, Grupo Z, Raúl Rodríguez, Luzalbah, Modesto López. |
ROCKDRIGO 40 aniversario luctuoso Septiembre 19 de 1985 | Concierto y preentación de libro | Jueves 18 de Septiembre 2025 19:19hrs ENTRADA LIBRE Multiforo Alicia (Eligio Ancona 145 Sta María La Rupestre) | Rockeando: Rod Levario Quál Vicencio Presentación del libro “El Día que el Barrio murió” Raúl Esquivel |
Crónica de una memoria activa
El jueves 19 de septiembre de 1985, México despertó hecho trizas. Edificios caídos, sueños rotos, vidas interrumpidas. Entre esas vidas estaba Rockdrigo, que no buscaba héroes ni festivales, solo quería cantar lo que veía, lo que olía, lo que gritaba la ciudad. No era rock de pose, ni rock de luces—it was música de calle, de esquina, de voz aguda por lo menos, pero verdad sin maquillaje.
Hace 40 años, su guitarra dejó de sonar, su voz se apagó, pero no su espíritu. Porque el Temblor de aquel día no solamente destruyó concreto, dejó hueco adentro de muchos que escuchaban su canción, que leían sus letras, que reconocían su voz como espejo.
Lo más irónico: su muerte, su desaparición física, lo elevó al mito. Pero el mito no basta si no se recuerda con responsabilidad. Y los homenajes de este año no son mero acto reverencial; son pelea contra el olvido. “Heavy Nopal”, “Los Rupestres”, compañeros viejos, amigos, nuevas generaciones — todos se reúnen para tocar sus canciones, para reafirmar que la memoria sí se canta, que duele, que puede jalar lágrimas, pero también risas, rabia, energía.
El Teatro Esperanza Iris se llenó de guitarras sin distorsión exagerada, de armonías simples, de relatos urbanos. ¿Cuántos conciertos pueden decir tanto sin grandes efectos, solo con guitarra acústica, guitarra eléctrica humilde, armonica, voz cruda? Pocos. Y esa austeridad poética es lo que lo hace revolucionario: no necesitas más que tu verdad para impactar.
Si estuviera vivo
Si estuviera vivo Rockdrigo hoy, casi seguro estaría irritado, orgulloso, apenado de muchas cosas que siguen igual. Vería el transporte público explotado, la Ciudad de México sobrecargada, la desigualdad está viva, los vendedores ambulantes siguen siendo invisibles para muchos, la oficina, el escritorio y el “metro-balderas” de cada quien siguen siendo territorio de lucha cotidiana. Y sus canciones seguirían sonando — al menos nosotros seguimos cantándolas para que no se conviertan en fósil.
El Profeta del Nopal no es solo parte de nuestro pasado: es parte del presente urgente. En cada letra hay un llamado: no te duermas, observa, siente, protesta si hace falta. Y escucharle hoy es como recibir una bofetada suave que dice “aquí estoy”. Porque a 40 años, su ausencia pesa, pero su obra pesa más.