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Los sepultureros de los partidos

No hay transparencia, no hay rendición de cuentas. Lo que sí hay son sospechas de desvíos, favoritismos y cuentas turbias.
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Opinión Por: Mario Arturo Pico

Dirigencias estatales: los sepultureros de los partidos

En México, los partidos políticos atraviesan una crisis de credibilidad histórica. Y no es casualidad: sus dirigencias estatales se han convertido en el cáncer que corroe desde dentro cualquier atisbo de confianza ciudadana.

Lo que antes debía ser la base territorial de la política, hoy es un club cerrado de intereses, compadrazgos y negocios. Son, sin rodeos, los principales responsables de que la gente ya no crea en los partidos.

Las dirigencias estatales se han transformado en feudos personales. Sus líderes no representan a la militancia ni mucho menos a la ciudadanía; representan a su propio bolsillo y a su pequeño grupo de incondicionales.

Los métodos para mantenerse en el poder son siempre los mismos: imposiciones desde el centro, procesos internos arreglados y acuerdos en lo oscurito. Hablan de democracia interna, pero en realidad practican la simulación más descarada.

Mientras tanto, los militantes de base —quienes deberían ser escuchados— son relegados a la periferia. Solo se les llama cuando hay que llenar un mitin o pegar propaganda en campaña. Nunca para tomar decisiones, nunca para definir rumbo.

Y luego se preguntan por qué la militancia abandona las filas, por qué los jóvenes no quieren participar, por qué la sociedad ya no cree en ellos.

El mal manejo de los recursos es otro de los clavos en el ataúd de los partidos. Los presupuestos millonarios que reciben terminan inflando bolsillos en lugar de fortalecer estructuras. No hay transparencia, no hay rendición de cuentas. Lo que sí hay son sospechas de desvíos, favoritismos y cuentas turbias.

Mientras en los barrios la gente batalla con baches, inseguridad y servicios públicos deficientes, las dirigencias estatales se reparten camionetas, oficinas lujosas y campañas personales.

A ello se suma su absoluta incapacidad para responder a los problemas de la sociedad. Las dirigencias estatales no encabezan causas ciudadanas, no representan demandas locales, no se ensucian los zapatos caminando las calles.

Prefieren repetir los discursos nacionales, como loros disciplinados, que enfrentar la realidad en su estado. Por eso, ante crisis como la violencia, el desempleo o la migración, los partidos aparecen ausentes, mudos, irrelevantes.

El resultado es brutal: la gente ya no confía en ellos. Las encuestas lo confirman: más del 80% de los mexicanos desconfía de los partidos políticos. Y esa cifra no es producto de campañas en su contra, sino del hartazgo acumulado por años de corrupción, traiciones y simulaciones. La ciudadanía no les cree porque no hay nada en sus acciones que merezca credibilidad.

El daño es profundo. Los partidos, que deberían ser los pilares de la democracia, hoy son percibidos como obstáculos para ella. Son instituciones secuestradas por élites locales incapaces de abrirse a la sociedad. Y mientras ellos se reparten candidaturas y recursos, los ciudadanos se alejan cada vez más de la política formal, alimentando el abstencionismo y el terreno fértil para el populismo.

La pregunta no es si los partidos pueden recuperarse; la verdadera pregunta es si sus dirigencias estatales están dispuestas a soltar el poder que han monopolizado. Porque de seguir en esta ruta, terminarán por convertir a los partidos en cascarones vacíos, irrelevantes para la vida pública, útiles únicamente como negocios privados.

La democracia mexicana no se derrumba sola; la están derrumbando sus propios dirigentes estatales. Mientras ellos sigan al mando, los partidos no tienen futuro. Y si los partidos no tienen futuro, lo que peligra no es solo una sigla o un color: lo que está en riesgo es la posibilidad misma de que la ciudadanía encuentre en la política una vía real para transformar su realidad.

En pocas palabras: las dirigencias estatales no son la solución. Son, de hecho, el problema.

* Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de quien las escribe y firma, y no representan el punto de vista de Enboga.

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